El papel de lo indígena en la formación de la república colombiana: un análisis de las láminas de la Comisión Corográfica

El papel de lo indígena en la formación de la república colombiana: un análisis de las láminas de la Comisión Corográfica

Por: Luisa Fernanda Borja Rodríguez

Palabras claves: Comisión Corográfica, Siglo XIX, construcción de nación, Manuel Ancizar, Agustín Codazzi, República de la Nueva Granada, indígena

Después de trescientos años bajo el dominio español, la mayor preocupación de las élites colombianas a lo largo del siglo XIX fue la construcción de nación. Este proceso no se limita al establecimiento del gobierno, sino que incluye la formación de una identidad nacional y el afán por hacer del nuevo país una “nación desarrollada”, elementos que fueron determinados con base en los modelos de civilización europeos. La preocupación de los gobernantes neogranadinos por alcanzar cierto nivel de “desarrollo” llevó a que entre 1850 y 1859 se realizara la Comisión Corográfica, un proyecto con el objetivo de definir fronteras, explorar las regiones de la República de la Nueva Granada y dar reportes detallados de paisajes, costumbres, razas, monumentos antiguos y recursos naturales de las regiones visitadas. La Comisión fue dirigida por el militar y geógrafo Agustín Codazzi, con el acompañamiento de Manuel Ancízar, Henry Price, Manuel María Paz y Carmelo Fernández. Price, María Paz y Fernández fueron los artistas encargados de retratar el territorio y sus habitantes en 151 acuarelas. A pesar de la variedad de razas y costumbres retratadas en dichas láminas, no se debe olvidar que los comisionados, originarios de la región andina del país, reflejaron las preocupaciones propias del siglo XIX colombiano en sus representaciones. Algunas de estas pueden pensarse en las siguientes preguntas: ¿qué recursos había?, ¿cómo debían ser explotados? y ¿quiénes eran las personas idóneas para hacer progresar la nación?

En el presente ensayo se abordarán estas preguntas, pero el propósito principal será mostrar que la construcción de la república colombiana se basó en la invisibilización de la población indígena ¾aquella que no era útil para el progreso¾, al mismo tiempo que las élites criollas se adueñaban del patrimonio arqueológico para justificar que Colombia era una nación civilizada. Además, este acercamiento a la Comisión Corográfica permitirá analizar cómo esas dinámicas respecto al patrimonio y la población indígena se repiten actualmente en Colombia. Para el primer propósito se hará un análisis de Peregrinación de Alpha (1853), el texto documental escrito por Manuel Ancízar, y la acuarela Tipo blanco e indio mestizo: provincia de Tunja, elaborada por Carmelo Fernández. Para la reflexión final se analizará el caso del Museo del Oro en paralelo con la incidencia del mercado moderno en el papel de las comunidades indígenas en el Proyecto Nacional actual.

En Peregrinación de Alpha, Ancízar relata el viaje de la Comisión hasta 1852, año en el que fue requerido como diplomático fuera del país. En este texto se hacen descripciones de los habitantes y se evalúan sus costumbres, nivel de educación, infraestructura, desarrollo agrícola e industrial. Esto se debe a que, como explica Efraín Sánchez, en la segunda mitad del siglo XIX había intereses materiales que se consideraban necesarios para alcanzar el progreso: “educación, industria, caminos, inmigración, son faces de una sola necesidad nacional, y elementos correlativos e inseparables del progreso tal como lo piden las peculiares circunstancias de estos países […]”[1]. Estos elementos son la base de la que parte Ancízar para describir a una población y, a partir de ellos, cada población será más o menos elogiada dependiendo de cuántos cumpla. Con esto en mente, una de las narraciones que llaman la atención es la visita de la Comisión al pueblo de Simijaca, del que Ancízar escribe: “La población indígena va desapareciendo absorbida por la raza blanca, de la cual hay algunas familias de cierta importancia, base de la futura sociedad de buen tono de aquel retirado pueblo, cuya prosperidad depende en gran parte de las mejoras que en la agricultura intenta introducir en su hacienda el señor Paris […]”[2]. Este fragmento es relevante porque la admiración que muestra Ancízar a la población de Simijaca se debe a los avances en agricultura, pero también tiene que ver con la invisibilización de la comunidad indígena por medio del blanqueamiento, lo cual da a entender que el progreso no se limita a los avances técnicos sino al dominio de un grupo de personas blancas capaces de estos logros.

Se debe aclarar que el blanqueamiento no se da únicamente por el cambio del color de la piel sino que incluye también la cultura y tradición. Lo anterior se evidencia en el contraste entre la narración de Simijaca y la de Ubaté: cuando Ancízar describe a Ubaté, lo retrata como un pueblo de descuidadas calles y casas desguarnecidas, cuyos habitantes son una muchedumbre de indios y mestizos alegrones por la chicha que beben en abundancia[3]. Por contraste, en Simijaca se desarrollan fiestas solemnes de las que destacan los altares bellamente adornados, similares a los de Bogotá, y los bailes de rigurosa etiqueta[4]. Las diferencias entre estas descripciones muestran que la preferencia a la población blanca de Simijaca no sólo es una cuestión de infraestructura, sino por el apego a la religión católica y el parecido con la capital. Esto se debe a la posición de enunciación cosmopolita de Ancizar y los demás integrantes de la Comisión, quienes se habían formado en el extranjero o hacían parte de la élite criolla neogranadina y, como explica Nancy Appelbaum: “Euroamerican elites employed european as well as native expertise and adapted European norms about civilization and property in their efforts to stablish sovereignty […]”[5]. Por lo tanto, el blanqueamiento que tanto admiraba Ancizar no sólo era físico sino cultural pues se esperaban tradiciones y comportamientos similares a las europeas.

Unido a esto, Ancizar considera que el proceso de blanqueamiento es un paso intermedio entre el ideal europeo y las características de la raza indígena, una raza granadina con el carácter dividido entre “[l]o impetuoso del español y lo calmoso y paciente del indio Chibcha, población felizmente adaptable a las tareas de la agricultura y minería”[6]. Esta raza granadina es descrita como la que ha de absorber la indígena, por lo que el desarrollo, como se vio antes, está en manos de una hegemonía blanca. A pesar de que Ancizar propone un punto intermedio, es claro que la concepción de esta raza implica una jerarquización entre los blancos que parecen españoles impetuosos y los indígenas, que son retratados como una raza sumisa útil para el trabajo. En esta medida, la nación imaginada por las élites neogranadinas se basaba en una jerarquización colonial de los individuos a partir del modelo ideal de humanidad europeo, como explica Walter Mignolo: “[…] el modelo de humanidad renacentista europeo se convierte en hegemónico y los indios y los esclavos africanos pasaron a la categoría de seres humanos de segunda clase”[7]. La única diferencia entre el orden colonial y el republicano es que los agentes con el poder de clasificación cambian: ya no son colonos españoles sino criollos que veían a Europa como el único modelo posible de civilización.

Esta relación de poder se hace más clara en la lámina de Carmelo Fernández Tipo blanco e indio mestizo: provincia de Tunja (Anexo 1), donde se representan tres figuras de distintos tipos —o razas— en diferentes posiciones. Mientras el personaje blanco del costado izquierdo permanece erguido, con la cabeza en alto y sosteniendo la pala con seguridad, el tipo indígena sostiene una vara junto a su cuerpo, como si se encogiera, y en su espalda carga una pesada canasta que lo lleva a inclinarse, por lo que luce inferior al tipo blanco. Como se puede ver, las estrategias de representación a las que recurre Fernández no son gratuitas sino que manifiestan el apego de los comisionados, pertenecientes a las élites criollas, a un modelo europeo que se supone superior a la raza indígena y tiene la función de dominar el progreso en el país. Este discurso lleva a que la población indígena pase a ser un “[…] recuerdo histórico; pueblos y culturas que se desvanecen furtivamente hacia lo que sería la integración nacional, la modernidad, el desarrollo, la urbanización y, sobre todo, el proceso de mestizaje ya fuese biológico o cultural”[8].

Un acercamiento a lo indígena que llama la atención en Peregrinación de Alpha es la descripción que hace Ancízar de la comunidad Aripie, quienes viven en una relativa independencia fuera de los resguardos, no trabajan para los criollos y reconocen el territorio como propio[9]. Aunque el autor admire estas características de dicha población, también reconoce lo imperativo de llevar a cabo un proceso de civilización en el cual se les empiecen a reducir las tierras de tal forma que “[…] el hombre de las selvas verá con asombro este despojo, primer beneficio que recibirá de la sociedad civilizada”[10]. En este fragmento se evidencia el desvanecimiento de la cultura indígena ante la sociedad civilizada porque su territorio tendrá mejores usos en manos blancas o de criollos. La jerarquía colonial se hace evidente porque así estas poblaciones causen admiración, el modelo europeo es la única opción válida de progreso, como indica Walter Mignolo: “Europa se convirtió en el centro de la organización política y económica, en un modelo de vida social, en un ejemplo de progreso de la humanidad y, sobre todo, en el punto de observación y clasificación del resto del mundo”[11]. En este panorama, el indígena no tiene mayor agencia que someterse al proceso de blanquimiento o aceptar una jerarquía racista en la cual es inferior por no emular el modelo ideal de humanidad y civilización. Entonces, se convierte en un obstáculo para el crecimiento económico, una naturaleza salvaje que ser dominada por el poder blanco ya establecido.

Por último, tanto Peregrinación de Alpha como las láminas de la Comisión son documentos que tienen origen en la posición de enunciación de los comisionados: todos eran hombres blancos de formación occidental que, a excepción de Henry Price, habían nacido en la parte central del territorio y habían recibid una educación particular. Como expone Appelbaum: “The nation that the commissioners envisioned was centered in and governed from the norther Andean highlands, particularly the Eastern Cordillera”[12]. Esto implica la existencia de una geografía política en la que la region andina era superior a las tierras más bajas de la nación y por tanto debía gobernar sobre las ellas, una creencia que ya habían naturalizado los comisionados. Por este motivo se ve un patrón en la representación de los llamados tipos notables que, según las láminas conservadas, solo se encuentran en la región de las cordilleras central y occidental[13]: personajes blancos, vestidos con recato y erquidos, que hacen una referencia al modelo de humanidad y desarrollo europeo. La narración que Ancízar hace de El Totumal, por ejemplo, describe una región llena de riquezas pero que conlleva una “[…] vida fácil que ahorra las penas del trabajo y aleja las inquietudes de la previsión, pero que también prolonga indefinidamente la barbarie”[14]. Una región que se beneficiaría ¾al igual que los indígenas Aripie¾ del progreso que trae consigo la sociedad civilizada que se encuentra en el centro del país.

Ahora bien, en lo que se refiere a las descripciones que acompañan los objetos arqueológicos, estas descripciones tienden a la exaltación de dichos objetos porque los comisionados, en línea con las demás élites criollas del XIX, veían en estos elementos muestras de los avances técnicos desarrollados por las civilizaciones indígenas anteriores a la conquista. Como indica Clara Isabel Botero “Codazzi se admiró ante los vasos y jarrones de forma elegante y simétrica elaborados en oro y los tazones, ánforas y jarros de diversas tierras cocidas encontrados en los sepulcros indígenas”[15]. Esta fascinación por las civilizaciones del pasado llevó a que los objetos fueran estudiados fuera de contexto porque, para los comisionados lo único relevante fue el elemento, sus detalles y la complejidad que implicó hacerlo, pero no quién lo hizo. Un ejemplo puede ser la acuarela Múcuras de los indios: Medellín (Anexo 2) del artista Henry Price. En esta lámina, el artista representa el recipiente como si flotara en medio de la hoja y, con trazos delicados ,copia cada uno de los detalles de la múcura. Lo que busca Price con esta precisión de la representación es mostrar el nivel de técnica que tenían los antiguos pobladores del territorio para pintar, algo que no puede hacer un salvaje sino únicamente una persona civilizada. De esta forma, los comisionados podían argumentar que en la Nueva Granada ya se habían desarrollado sociedades civilizadas antes de la conquista y, con esto, ganar el reconocimiento que implica ser herederos de una historia como aquella.

Se debe aclarar que la atención puesta sobre los objetos arqueológicos no es un fenómeno aislado sino parte de una tendencia en la cual “se acentuó la idea introducida por Humboldt de que la sociedad muisca habría sido una civilización”[16] por medio de publicaciones científicas que se enfocaban en los restos de esas sociedades. Este esfuerzo se enmarca en las exposiciones universales, eventos en los que las naciones exhibían sus avances a nivel de industria y comercio. En estos espacios las élites colombianas se veían en la permanente necesidad de mostrar que la nación en formación era un país civilizado[17]. Por tal motivo, en la exposición de 1889 se expuso el Atlas histórico y geográfico de Colombia realizado por Manuel María Paz como resultado de su participación en la Comisión Corográfica[18]. En este Atlas se incluían acuarelas de objetos arqueológicos, las evidencias de una civilización de la cual las élites criollas se consideraban herederas. De esta forma, las piezas arqueológicas pasaron a conformar el patrimonio de la nación y a constituir la imagen de Colombia para el resto del mundo.

Actualmente, estos objetos arqueológicos hacen parte de la identidad nacional y así lo hacen notar instituciones como el Museo del Oro de Bogotá, el cual tiene la misión de “[…] preservar, investigar, catalogar y dar a conocer sus colecciones arqueológicas de orfebrería, cerámica, lítico y otros materiales […] con el fin de contribuir al fortalecimiento de la identidad cultural de los colombianos a través del disfrute, el aprendizaje y la inspiración”[19]. Esta visión del patrimonio arqueológico implica un acercamiento pedagógico a las piezas por medio de la investigación, por lo que ahora son fuentes de información sobre las civilizaciones prehispánicas. Sin embargo, Daniel García Roldán explica que especialmente en el Museo del Oro de Bogotá “[…] primó una visión artística y estética de las piezas que exaltaba su factura, por su refinamiento técnico”[20]. Por esta razón, las piezas arqueológicas han recibido el nombre de obras maestras y son expuestas como tal, un acercamiento heredado de la Comisión Corográfica y las elites criollas decimonónicas, con la diferencia de que ahora hay investigaciones científicas que demuestran el grado de civilización requerido para hacer esos objetos.

Ante este panorama cabe preguntarse si, al igual que en el siglo XIX, actualmente se sigue invisibilizando a la población indígena para propósitos del progreso: ¿Qué sucedió con las comunidades indígenas a las que Ancízar consideraba descendientes de las esplendidas civilizaciones del pasado? Pues, como se vio antes, la nación colombiana se forjó a partir del establecimiento de dinámicas coloniales, las cuales no pueden entenderse sin tener en cuenta el factor económico, como Serje agrega: “La comunidad imaginaria que conforma la nación en el mundo colonial-moderno se funda, de hecho, en las relaciones de mercado. Y no de cualquier mercado, sino del mercado moderno, que tiene como finalidad de maximización de las ganancias económicas”[21]. Esto último se evidencia en los propósitos mismos que llevaron a la organización de la Comisión Corográfica: la necesidad de conocer el territorio salvaje (periferias) y sus posibilidades de explotación económica. A pesar de que con el tiempo se han desarrollado políticas que respetan la soberanía indígena, esas relaciones coloniales ligadas a los propósitos del mercado se conservan hoy en día.

Un ejemplo de lo anterior es el “enclave”, una forma de intervención colonialista que fue privilegiada por integrar los territorios salvajes a la nación y que actualmente se conoce como “megaproyecto”. El enclave/megaproyecto consiste en la ocupación de empresas extranjeras que “se conciben como polos de desarrollo que se implantan en medio de paisajes agrestes de las regiones que se quiere civilizar: transforman los paisajes con rapidez, deliberadamente y de manera ostensible, y exigen aplicaciones coordinadas de capital y poder estatal”[22]. Este “desarrollo” se encuentra, de inmediato, con la resistencia de la naturaleza salvaje y las personas que la habitan, quienes a su vez son identificados como “bárbaros” por oponerse al progreso que trae el proyecto. En el pasado, la superación de estos obstáculos implicaba el uso de violencia, que no escatimó en muertes y que por ende llegó a exterminar comunidades indígenas enteras; tal fue el caso de las caucherías en el Amazonas. En la actualidad ¾gracias a que la Constitución de 1991 reconoció a las autoridades indígenas como parte del Estado¾ se utiliza lo que Serje llama la “construcción de consentimiento”, una serie de políticas con el objetivo de crear espacios de participación indígena en la toma de decisiones de los megaproyectos[23]. Sin embargo, “estas prácticas han terminado empoderando más que a las comunidades locales, a la de los técnicos y expertos: es decir, a la comunidad epistémica que sustenta el Proyecto Nacional”[24]. Esto se debe a que las reuniones entre ambas partes se llevan a cabo como una serie de clases magistrales, una modalidad que deja entredicho que estas comunidades son consideradas incapaces de entender la necesidad del proyecto porque tienen una desventaja epistemológica con respecto a los conocimientos técnicos. Por esta razón, se les debe impartir dicha clase. Además, se debe tener en cuenta que estas prácticas participativas hacen parte, de los mecanismos estatales para evitar atropellos contra los indígenas, pues hay grupos armados ilegales que intervienen por los megaproyectos para que las comunidades ya no sean un obstáculo del desarrollo[25]. Sin embargo, la dinámica no es participativa sino catedrática.

Por lo anterior, se puede afirmar que aún en la actualidad se reproduce la invisibilización de las comunidades indígenas porque se mantiene la imagen de inutilidad para el desarrollo. La diferencia radica en que en el siglo XIX se llevaba a cabo un proceso de blanqueamiento, mientras hoy en día las comunidades son ignoradas o forzadas a desplazarse por medio de enclaves autorizados por el mismo Estado[26]. Esto último también es herencia de la Comisión Corográfica, porque las periferias son lugares salvajes que deben ser gobernados por el centro para lograr su máximo desarrollo.

En conclusión, la construcción de la república colombiana se basó la adaptación de un modelo de civilización europea a una sociedad americana variada a nivel racial. El resultado de este proceso fue una invisibilización de la población indígena para lograr un blanqueamiento que se acercara al ideal de desarrollo occidental. Esto último se puede ver en las representaciones pictóricas y textuales que resultaron de la Comisión Corográfica, porque allí se muestra la permanencia de un modelo colonial de poder en el que se jerarquizan los individuos con base en una idea europea de humanidad. En contraste, los comisionados valoraron los objetos prehispánicos como parte del patrimonio y se refirieron a ellos como muestras de civilización, mientras los indígenas, herederos de esa tradición, son blanqueados. Los indígenas son invisibilizados por el progreso, pero la herencia de sus antepasados hace parte del patrimonio cultural colombiano y conforma la identidad nacional, una situación que se conserva actualmente con los mismos propósitos que en el siglo XIX: la maximización de las ganancias económicas por medio del progreso, en el cual no tienen cabida las comunidades indígenas.

 

Bibliografía

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Sánchez, Efraín. Gobierno y geografía. Agustín Codazzi y la Comisión Corográfica de la Nueva Granada. Bogotá: Banco de la República, 1999.

Serje, Margarita. El revés de la nación: Territorios salvajes, fronteras y tierras de nadie. Bogotá: Ediciones Uniandes, 2011.

 

[1] Efraín Sánchez, Gobierno y geografía. Agunstín Codazzi y la Comisión Corográfica de la Nueva Granada (Bogotá: Banco de la República, 1999), 172

[2] Manuel Ancizar, Peregrinación de Alpha. (Bogotá: Fondo de promoción de la cultura del Banco Popular, 1984), 45.

[3] Ancizar 34.

[4] Ancizar 45-46.

[5] Nancy Appelbaum, Maping the country of Regions: The Corografic Comission of Nintheenth-Century Colombia (Chapel Hill: The University of North Carolina Press, 2016) http://search.ebscohost.com.ezproxy.uniandes.edu.co:8080/login.aspx?direct=true&db=nlebk&AN=1074906&lang=es&site=ehost-live. (Consultado 2 de abril de 2019)

[6] Ancizar 120.

[7] Walter Mignolo, La idea de América latina: La herida colonial y la opción decolonial, (Barcelona: Editorial Gedisa, 2007), 41.

[8] Ingrid De Jong y Antonio Escobar Ohmstede, Las poblaciones indígenas en la conformación de las naciones y los Estados en la América latina decimonónica (Ciudad de México: El Colegio de México, 2016) http://search.ebscohost.com.ezproxy.uniandes.edu.co:8080/login.aspx?direct=true&db=nlebk&AN=1481520&lang=es&site=ehost-live (Consultado 3 de abril de 2019)

[9] Ancizar 67

[10] Ibíd. 8

[11] Mignolo 60

[12] Appelbaum

[13] En el archivo digital de la Biblioteca Nacional se cuentan siete acuarelas de los tipos notables, cinco de estas representan personas de Bogotá y las otras dos son de Tundama (Boyacá) y Ocaña (Norte de Santander).

[14] Ancizar 185

[15] Clara Isabel Botero, El Redescubrimiento Del Pasado Prehispánico De Colombia : Viajeros, Arqueólogos Y Coleccionistas, 1820-1945 (Bogotá: Instituto Colombiano De Antropología E Historia, 2006), 69

[16] Botero 52.

[17] Botero 124.

[18] Botero 125.

[19] Banco de la República. Sobre el Museo del Oro. Banco de la República.http://www.banrepcultural.org/sobre-el-museo-del-oro (Consultado 20 de mayo de 2019)

[20] Daniel García Roldan, “Formas de ver y exhibir el patrimonio arqueológico indígena en dos museos de Bogotá (1938-1953)”. Hallazgos.13, no. 26 (2016):149-178.

https://revistas.usantotomas.edu.co/index.php/hallazgos/article/view/3160. (Consultado 11 de abril de 2019), 174.

[21] Margarita Serje, El revés de la nación: Territorios salvajes, fronteras y tierras de nadie, (Bogotá: Ediciones Uniandes, 2011), 29.

[22] Serje 263

[23] Serje 282

[24] Ibíd. 23

[25] Serje 275

[26] Serje 270