La carne femenina en el Hijo Pródigo. Por: Ana Gabriela Riaga

La carne femenina en el Hijo Pródigo. Por: Ana Gabriela Riaga

La carne femenina en el Hijo Pródigo

Por Ana Gabriela Riaga

John Turner. Plato (parte de un juego de seis). ca. 1790.
John Turner. Plato (parte de un juego de seis). ca. 1790. Diámetro 19.8 cm. Staffordshire, Inglaterra. Metropolitan Museum of Art, NY. | Ver más

La comida ha sido un tema secundario, dejando de lado el bodegón, en la tradición artística, pues suele ser un elemento aparentemente decorativo, relegado a una esquina de la obra. Sin embargo, carga con una simbología muy amplia y compleja que ha sido utilizada estratégicamente en las imágenes para representar significados escondidos pero muy contundentes. Uno de ellos es el del placer y el descontrol, así como un recurrente paralelismo con el cuerpo femenino y su sexualización. Dicha representación se puede observar en uno de los seis platos elaborados por John Turner a finales del siglo XVIII que tienen como tema principal una narración bíblica. Este plato de cerámica de la colección del Metropolitan Museum of Art es un claro ejemplo de cómo la comida es utilizada como un objeto para condenar prácticas y comportamientos específicos. De igual forma, demuestra cómo elementos funcionales como una vajilla, son decorados para ser medios de enseñanza religiosa, en este caso católica. Siendo así, este texto busca analizar el plato para ejemplificar cómo, a través de la representación de la comida dentro de una historia religiosa, se desaprueban acciones moralmente incorrectas para el siglo XVIII. Asimismo, la relación entre el cuerpo de la mujer y la comida se hace evidente en este ensayo como una manera de sexualización y degradación de un cierto tipo de mujer. Por último, el valor utilitario del objeto es determinante para esta investigación, ya que no es arbitraria esa precisa decoración en un plato de comida.  

 

En primer lugar, es necesario describir la materialidad del objeto, así como la imagen pintada en su superficie. Se trata entonces de un plato de un set de seis piezas hechas en loza de barro (earthenware) proveniente de Staffordshire, Inglaterra. Esta zona, conformada por varios poblados, se caracterizó por la producción de cerámicas y el desarrollo de una nueva técnica que permitió lograr un color blanco y limpio semejante al de la porcelana. Fue Josiah Wedgwood quien ideó y perfeccionó esta técnica durante la primera mitad del siglo XVIII, a la cual inicialmente denominó queensware, pero que posteriormente sería llamada creamware. Según Byron, [1] la visión de Wedgwood no era solamente presentarle dichas piezas a la reina y hacerlas exclusivas, sino que era, por el contrario, difundir y distribuir estos objetos a cada casa, fábrica y necesidad comercial posible. Debido a esto, las piezas en creamware se convirtieron en una alternativa con una alta calidad visual y accesibles para un mayor rango de la población. No obstante, seguía habiendo una jerarquía de importancia y valor para estos objetos, especialmente si se trataba de cerámicas pintadas a mano. Este es precisamente el caso del plato del Met, ya que la factura y las pinceladas de la imagen tienen una terminación mucho más orgánica y libre, característica de los trabajos hechos manualmente.  

 

El tema de la representación del set de platos es sobre la narración bíblica de El Hijo Pródigo. Este relato se encuentra en San Lucas 15:11-32 [2] y cuenta la historia de un hijo menor que, al recibir los bienes que le correspondían, se fue de su casa a probar todo tipo de placeres terrenales. Cuando se le acabó el dinero y las maneras de sobrevivir, tuvo que aguantar hambre y trabajar arduamente, por lo que decidió volver a su casa arrepentido y avergonzado. Su padre, al verlo de esta forma, lo recibió con un banquete, ropa nueva y una vida llena de comodidades. El fragmento de historia que corresponde al plato analizado es el momento en el que el joven vive y prueba todo tipo de placeres carnales, lo que se evidencia con la inscripción en la parte inferior que se traduce como “Su Prostitución”. La escena se compone por tres personajes: dos mujeres y el joven, todos sentados a la mesa. Ambas mujeres, una de perfil y otra de frente, están bebiendo vino y tienen puestos vestidos y tocados muy llamativos. Aquella de frente y con vestido amarillo aparece semidesnuda, con el escote completamente abierto y sus pechos visibles, mientras que con una mano sostiene una copa de vino y con la otra acaricia y llama de cierta forma al hombre. Este se acerca a ella y la coge de la cintura, mientras intenta darle un beso. Sobre la mesa, además del vino, hay un pedazo de carne sobre un gran plato y unos frutos que no son fáciles de identificar, pero podrían ser naranjas. 

 

Teniendo presente esta descripción, se puede entender cómo la comida que está plasmada ha sido canónicamente estereotipada y demarcada como símbolo de descontrol y exceso. Por un lado, el vino como una bebida alcohólica que, fuera del contexto religioso en el que simboliza la sangre de Cristo, es un líquido asociado desde la Antigüedad clásica a Baco. Por esto, la escena adquiere una atmósfera de fiesta, pero a diferencia de una celebración, se presenta como una especie de bacanal llena de desmesura, desenfreno y pecado. Continuando, lo que recalca la desaprobación y condena social que existía hacia este tipo de espacios y comportamientos dentro de una sociedad completamente restrictiva hacia los placeres y deseos humanos. Por otro lado, está el gran pedazo de carne que resalta en la mitad de la mesa, exhibido ante los ojos del espectador como una demostración de lo carnal e incluso visceral de la situación. Asimismo, a partir de ese trozo de carne, se puede entablar una relación con el cuerpo femenino y el alimento, ambos dispuestos como productos de consumo y al servicio del hombre. Por último, aparecen los frutos nuevamente aludiendo a la religión católica y al fruto prohibido como la traición y el abandono de la obediencia a Dios. [3] 

 

Es importante resaltar también cómo la comida presente en esta escena es una representación de pecado, mientras que, en la última escena del set, «El banquete del Hijo Pródigo», tiene una connotación totalmente diferente. Se convierte en un momento de reunión, reconciliación y felicidad que cumple con los valores morales y «correctos» de la religión, debido a esto es fundamental reflexionar sobre la dualidad de la significación de los alimentos y el momento de consumirlos. Además, retomando la comparación que hay entre la comida y el cuerpo femenino, hay dos aspectos principales a tener en cuenta: el primero sobre la sexualización del cuerpo y el segundo sobre la identidad de la mujer dentro del contexto del relato. En cuanto al primero, como se mencionó anteriormente, se pone al cuerpo femenino como objeto de consumo al igual que la carne. Esto se debe a que estos “Están conectados. Los animales son feminizados y sexualizados; las mujeres son animalizadas”. [4] Es decir, que se ha creado un paralelismo entre animal y mujer, como explica Carol J. Adams, en el que se les da una connotación de inferioridad respecto al hombre porque se les ha considerado “menos capaces de “trascender” nuestro cuerpo”. [5] Dejando implícito que la racionalidad que se requiere socialmente para formar parte activa de la comunidad queda totalmente fuera del alcance de las mujeres, así como los valores morales que esto conlleva. 

 

Sobre el segundo punto, la imagen que se crea dentro del contexto religioso es la de Eva tentadora y símbolo de la ruptura entre el bien y el mal. Esta figura es de la que tienen que huir las mujeres (de bien), por lo que se revela cómo la sociedad promueve no solo el privarse de los placeres carnales, sino que condena a las mujeres que resultan siendo un objeto de consumo para los hombres que no pueden reprimir sus impulsos. Esto último muestra una gran contradicción en la sociedad, ya que, y siguiendo con la concepción de Carol J. Adams sobre los hechos y las contradicciones, el hecho es que las mujeres (y las personas) no deben seguir sus deseos, sino comportarse de acuerdo a unos valores morales y religiosos. Pero la realidad es que es imposible cumplir con dichas privaciones y la necesidad de una vía de escape o salida es indispensable. La contradicción se encuentra en que se culpabiliza a la mujer por ser el medio para el placer-pecado masculino, quitándole toda agencia, pues se le convierte en un objeto de consumo y no en un ser humano. [6]

 

Como aspecto final para el análisis de este plato, es importante mencionar la manera en la que una vajilla, siendo una serie de objetos funcionales, es escogida como medio de representaciones religiosas. Se llega a la conclusión de que son objetos educativos, en los que se ilustra de forma clara y directa un relato con una moraleja para los creyentes. Debido a esto, su función cambia, en vez de ser utilizados como soporte para consumir alimentos, se transforman en piezas para ser observadas y promover un aprendizaje. [7] Esto se puede entender también porque existe al menos otro set de platos con una representación muy similar que fue subastada por Christie’s en el 2003. Dicho juego, proviene de los Países Bajos, lo que demuestra la popularidad tanto de este tipo de objetos como de sus representaciones y cómo la sociedad devota los escogía para exhibirlos en sus hogares. Igualmente, podría asumirse que eran una demostración de los buenos valores y la devoción hacia Dios, evidenciando lo ejemplar de una familia a partir de lo socialmente correcto.  

Bibliografía 

Adams, Carol J. «Bitch, Chick, Cow: Women’s and (Other) Animals’ Rights.» En Sisterhood is Forever: Women’s Anthology for a New Millenium, 494-502. New York: Washington Square Press, 2003.  

Life.Church: YouVersion Bible. «San Lucas 15:11-32». Consultado el 31 de agosto de 2022. https://www.bible.com/es/bible/146/LUK.15.11-32.RVC 

Burrison, John A. “Idols with Feet of Clay: Ceramics and World Religions”. En Global Clay: Themes in World Ceramic Traditions, 202-249. Bloomington: Indiana University Press, 2017.  

Born, Byron A. «Josiah Werdgwood’s Queensware». The Metropolitan Museum of Art Bulletin, 22, no. 9 (mayo de 1964):289- 299.  https://www.metmuseum.org/art/metpublications/Ceramics_The_Metropolitan_Museum_of_Art_Bulletin_v_22_no_9_May_1964?Tag=earthenware&title=&author=&pt=0&tc={06F681F3-DE0D-46E8-9543-894F53FE432D}&dept={11BDCC4A-C49A-4959-9F3E-A3915358EFBD}&fmt=0 

Harvey, Karen. «Ritual Encounters: Punch parties and masculinity in the Eighteenth Century». Past & Present, no. 214 (febrero de 2012): 165-203. https://www.jstor.org/stable/41416891 

Malaguzzi, Silvia. “Original Sin”. En Food and Feasting in Art. Traducido por Brian Phillips, 8. Los Angeles: Getty Publications, 2008. https://books.google.com.co/books?hl=es&lr=&id=3Grtku7vCHIC&oi=fnd&pg=PA7&dq=food+and+prostitution+in+the+18th+century&ots=R14awPgWF1&sig=LB3kLtiRt4IWFSwWKmLtkan17fc&redir_esc=y#v=onepage&q&f=false  

«Plate (part of a set of six)». Metropolitan Museum of Art. Consultado el 30 de agosto de 2021. https://www.metmuseum.org/art/collection/search/201450?sortBy=Relevance&ft=John+Turner&offset=0&rpp=40&pos=5 

«Six Leeds Creamware Dutch-Decorated Plates». Christie’s. Consultado el 31 de agosto de 2022. https://www.christies.com/lot/lot-4047848/?intobjectid=4047848&lid=3&sc_lang=zh 

[1] Byron A. Born, «Josiah Werdgwood’s Queensware», The Metropolitan Museum of Art Bulletin, 22, no. 9 (mayo de 1964): 289-291.  Visitar enlace.  
[2] Luc. 15:11-32. Versión estándar.
[3] Silvia Malaguzzi, “Original Sin”, en Food and Feasting in Art, traducido por Brian Phillips (Los Angeles: Getty Publications, 2008), 8. Vistar enlace.
[4] Carol J. Adams, «Bitch, Chick, Cow: Women’s and (Other) Animals’ Rights», en  Sisterhood is Forever: Women’s Anthology for a New Millenium (New York: Washington Square Press, 2003), 496.
[5] Ibid., 496-497.
[6] Además de la posición de la mujer, es importante mencionar cómo en el siglo XVIII la masculinidad también tenía que cumplir ciertos estándares ligados a la cortesía y la gentileza. Como expone Karen Harvey, uno de los tipos de masculinidad en este período se ligaba a un «humanismo cívico» que también implicaba una represión de deseos e impulsos que a través de la religión eran «demonializados». Karen Harvey, «Ritual Encounters: Punch parties and masculinity in the Eighteenth Century», Past & Present, no. 214 (febrero de 2012): 170.  Visitar enlace.
[7] A pesar de que no se profundice en este libro sobre platos específicamente, si se nombra cómo a lo largo de la historia, la tradición judeocristiana ha recurrido a la cerámica como medio de enseñanza y devoción. John A. Burrison, “Idols with Feet of Clay. Ceramics and World Religions”, en Global Clay. Themes in World Ceramic Traditions (Bloomington: Indiana University Press, 2017), 222.