La dualidad neoprimitivista rusa: El caso de La venus de Katsap
La dualidad neoprimitivista rusa: El caso de La venus de Katsap
Por Camila Panader Mejía
l primitivismo fue una corriente de artistas de los siglos XIX y XX interesados en lo originario, lo natural, lo no occidental. Si bien este credo parecía tener la misma intención en los pintores europeos, Rusia fue un caso excepcional, razón por la cual este movimiento toma el nombre de “neoprimitivismo” en la tierra de los zares. A continuación, me propongo analizar algunas de las dualidades del movimiento primitivista ruso, pues se mueve entre Oriente y Occidente, lo rural y lo urbano, el colonizador y el colonizado. Para hacerlo, mi fuente primaria será La venus de Katsap del neoprimitivista Mijaíl Larionov, ya que esta obra (y su contexto) refleja en sí misma tales dualidades.
En primer lugar, es necesario identificar los aspectos formales de esta obra: la mayor cantidad de espacio en la escena la ocupa una mujer desnuda, una venus que posa recostada sobre una cama. La modelo de rostro inexpresivo está representada con un amarillo frío en el cuerpo, y con ocre en manos y pies. Las piernas, colocadas una sobre otra, se alargan hasta el final de la composición (entendida de derecha a izquierda), de modo que la mitad de su pie derecho queda cortada y fuera del cuadro. Por otro lado, sus brazos llaman la atención pues el derecho cae sobre la zona púbica, cubriéndola pudorosamente como es tradicional en las venus clásicas. Además, en el dedo anular derecho lleva un pequeño anillo. El brazo izquierdo, por su parte, sostiene el peso del torso y sujeta en la mano una flor con tonos anaranjados. Es de resaltar la línea de contorno que define toda su figura, un elemento característico de los cuerpos pintados por los artistas vanguardistas del momento. Finalmente, hay un segundo plano dentro del cuadro: el tapiz colgado en la pared. En él se observa la figura de un tigre y, junto al animal, lo que parecen tres árboles secos, cuyo rojo brillante hace juego con el color del felino pintado que, por su ejecución pictórica, nos introducen en el ambiente primitivo donde se halla la mujer.
A continuación desarrollaré tres ejes temáticos, resaltando una dualidad en cada uno, a partir del estudio de La venus de Katsap.
La Venus como ícono
Las venus han sido una constante en la historia del arte occidental, pues han servido para representar el ideal de belleza femenino en cada época.[1] Por supuesto, un lugar privilegiado (y casi único) lo ocupan las venus clásicas, aquellas esculturas griegas y romanas cuyos simétricos cuerpos han sido imitados por los más grandes artistas europeos. En términos generales, la venus se ha convertido en ícono de belleza clásica europea, entendido el “ícono” como un signo que representa un objeto o una idea con los que guarda una relación de identidad o semejanza formal.
Una de las características de estas mujeres, además de representar la pureza y la virtud, es su desnudez y el gesto de tapar delicadamente la zona púbica con la mano o algún ropaje. Por supuesto, al tratarse de belleza europea, salta a la vista la tez pálida de estas mujeres, al igual que los lujosos interiores o los exteriores alusivos al edén, donde las coloca el artista. La Venus del espejo de Diego Velázquez, o La Venus de Urbino de Tiziano, son algunos de los más famosos cuadros de esta temática. Sin embargo, La Olympia, del francés Edouard Manet, ha sido revolucionaria en la historia del arte occidental pues, si bien representa a una venus con las características mencionadas, cambia su rol: de pura y virginal al de una prostituta. Esta connotación introdujo a la venus en la modernidad y, desde entonces, ha sido recurrente que los artistas de este momento (incluyendo aquí a los primitivistas) la pintaran destacando este nuevo significado.
Como se evidenció en el análisis formal de La venus de Katsap, Mijaíl Laríonov no fue ajeno a esta temática. Sin embargo, como menciona Sarah Warren en su artículo “Spent Gypsies and Fallen Venuses: Mikhail Larionov's Modernist Primitivism”, si bien la obra cumple las características formales de las venus clásicas (desnudez, ocultamiento de la zona púbica, etc.), “la Venus de Laríonov también se distingue por sus defectos: es grande y gorda, no delicada y bien formada como se suponía que las mujeres debían ser”.[2] En este punto vale la pena mencionar que La venus de Katsap , de acuerdo con el trato de la venus en la época, fácilmente se puede asumir que es una prostituta en el momento de ser observada por uno de sus clientes —situación que también ocurre con La Olympia. No obstante, La venus de Katsap cuenta con una particularidad respecto a cualquier otra venus dentro de la historia del arte, un rasgo singular que la convierte en fiel representante del neoprimitivismo ruso: es una campesina y está casada. Esto se sabe porque, además del anillo de compromiso en su anular derecho, sus pies y manos están quemados (el color ocre), seguramente por el trabajo de la tierra y por el sol. Esta idea responde directamente a la intención que tuvo la modernidad rusa (tema que trataré en el siguiente apartado) que contrasta con a la europea occidental.
En este sentido, la dualidad que aquí trato de desarrollar se pone de manifiesto en que, por un lado, la obra de Laríonov representa a Venus, quien ha sido el ícono de la belleza occidental en el arte, quizá con la intención de insertar de esta manera a Rusia dentro de la historia del arte europeo. Por otro lado y a propósito de la inserción, toma un símbolo de la historia del arte occidental y lo transforma en un ícono[3] nacional al incorporar, en su representación, una temática única del primitivismo: la ruralidad rusa.
También es interesante notar el pequeño guiño que Laríonov hace a Picasso, uno de los primitivistas más significativos, señal que se refleja en el rostro de su venus: su forma ovalada pero muy geométrica, y en sus ojos rasgados y caídos hacia los lados. Al igual que en la nariz, hay una clara referencia a las famosas máscaras africanas a las cuales Picasso, en sus cuadros primitivistas, les dedicó toda su atención.
La prostituta occidental y la campesina oriental
Como se ha visto, La venus de Katsap ocupa su lugar en la herencia occidental del arte, pero, gracias a sus particularidades, lo ocupa también en la tradición rusa. Más interesante aún es que, como analizaré a continuación, esta mujer sea ella misma una dicotomía entre la degeneración urbana y la pureza del campesino que no ha sido corrompido. Una de las características de los primitivistas occidentales es el deseo de alejarse de la gran urbe parisina y de la monótona y corrompida vida citadina que se palpaba en algunas capitales de Europa a finales del siglo XIX y comienzos del XX. Por esto, varios artistas deciden volver su mirada estética (y colonial, como se verá más adelante) a las comunidades “primitivas”, es decir, poco occidentalizadas, pues veían en ellas lo más puro y natural de la humanidad. Muchos de estos creadores incluso viajaron por largos períodos de tiempo a estas zonas rurales y producieron allí mismo las obras que hoy llamamos primitivistas. Quizá el mejor ejemplo de estos casos sea el de Paul Gauguin y su traslado a Thaití, en el Pacífico sur, donde se estableció por varios años.
El primitivismo en Rusia es, a su modo, distinto. En términos generales se puede decir que el neoprimitivismo de esta parte del mundo surge como un intento por insertarse en las corrientes artísticas modernas, pero con temáticas propias de su tradición nacional. El movimiento en sí mismo presenta una nueva dualidad entre lo “externo”, al incorporar estilísticamente las características de las vanguardias occidentales, y lo “interno”, al combinarlas con motivos propiamente rusos. Al respecto, en el artículo “Russian Neopritivism: Natalia Goncharova and Mikhail Larionov” se menciona que:
Aunque estaban profundamente comprometidos con los desarrollos del arte europeo, los modernistas rusos también estaban comprometidos con temas y temáticas explícitamente rusos, y los campesinos eran un tema particularmente significativo para ellos.[4]
Un ejemplo recurrente son varios de los cuadros con temática rural de Natalia Goncharova, pareja de Laríonov y también exponente del movimiento. En estas obras, los protagonistas son los campesinos, quienes encarnaban la identidad y el alma nacional rusa, pues habían trabajado la tierra —su tierra— durante siglos.
Es en este punto donde La venus de Katsap entra a desempeñar un rol determinante en la dualidad inicial. Ella, al ser campesina, imprime un rasgo neoprimitivista y personifica la verdadera identidad rusa, pues, contrario a un habitante de las grandes ciudades, el campesino no ha sido “corrompido” por la civilización occidental. El campesino, para el neoprimitivismo, sigue apegado a sus tradiciones, lo que significaba la manera más pura de identidad nacional. Sin embargo, no hay que olvidar la otra parte de la dualidad: además de ser campesina, la venus de la modernidad es una prostituta, y representa lo más bajo de la degradación urbana. En este sentido, es también aquello de lo que los occidentales estaban escapando. Como bien menciona Sarah Warren: “La protagonista de Laríonov, una prostituta, es una baja participante en la decadente escena urbana y miembro de la sagrada clase campesina. Su pureza estaba asegurada por el hecho de que ella trabaja la tierra”.[5] La venus de Katsap es una venus de la gente, que representa a Rusia en esa dualidad de querer occidentalizarse (el hecho de ser prostituta), pero también de conservar y reafirmar sus valores más propios (el hecho de ser campesina).
Los colonizadores y los colonizados
La labor de los primitivistas ha sido cuestionada por varios teóricos del arte pues argumentan que, al viajar a lugares remotos, lejos toda influencia civilizadora, la mirada que estos artistas tuvieron sobre los nativos no fue solo estética, sino colonizadora. El colonialismo fue el proceso que posibilitó la intrusión occidental en aquellos territorios, hecho que inspiró a muchos artistas de finales del siglo XIX y principios del XX.
Con todo, esta “mirada” de los artistas rusos a lo primitivo fue distinta, pues ni Laríonov, ni Goncharova, ni los demás exponentes del neoprimitivismo tuvieron que salir de su país para encontrar la fuente de inspiración. Como se ha visto, miraron hacia la región menos desarrollada de su patria, en lugar de hacerlo en territorio extranjero. Es acá donde se visibiliza la dualidad, pues los primitivos resultan ser sus compatriotas campesinos, a quienes podemos considerar también colonizados por los ojos de los “hombres de mundo” que eran los artistas. De modo que, desde el punto de vista de esta nueva estética, Rusia es una nación que se coloniza a sí misma. Así lo expone John E. Bowlt en su artículo “Neo-Primitivism and Russian Painting”:
Rusia no viajó a través de los mares para encontrar sus colonias. La conquista imperial rusa ya era un proceso de aumento gradual con las fronteras existentes. Este patrón de expansión, combinado con un vasto territorio, llevó a la noción de Rusia como ‘una nación que se coloniza constantemente’.[6]
En cuanto a La venus de Katsap y la colonización, hay que hablar brevemente en términos etimológicos. La palabra Katsap se refiere a los rusos pero no es una palabra rusa, sino ucraniana, que traducida al español significa “carnicero”; una manera despectiva de los ucranianos para referirse a los soldados rusos. Y ¿cuál es el origen histórico de esta situación? ¿Por qué esa actitud de los ucranianos? Este país buscó durante mucho tiempo la independencia de Rusia. En el momento en que Laríonov pinta su venus, la zona oriental de Europa se encontraba a punto de vivir dos grandes conflictos bélicos y políticos: la Primera Guerra Mundial, que empezó en 1914, y la Revolución bolchevique de 1917.
Ucrania ha luchado por siglos contra distintas intenciones colonizadoras de su territorio: las Particiones de Polonia en el siglo XVIII, las invasiones del Imperio austrohúngaro y, posteriormente, su anexión al Imperio ruso. El afán independentista de los ucranianos vio una nueva oportunidad en medio de la tormenta política que se desató por la caída del zarismo y el ascenso del comunismo marxista-leninista. Tal como como se explica en el catálogo del museo Thyssen-Bornemisza, “se entiende que La venus de Katsap es una prostituta que sigue al ejército dentro del conflicto ucraniano con Rusia. Recibe el término peyorativo como una manera de mostrar la repulsión que Ucrania sentía frente a sus colonos”.
Por los propósitos de este trabajo, no profundicé en un elemento igualmente importante que acompaña a La venus de Katsap: el felino de la pared. Baste mencionar aquí que este, llamado Lubki, se utilizaba para ilustrar canciones populares o como sátira política, pues así solían representar en Rusia al zar.
Quisiera concluir diciendo que en cada apartado desarrollado es evidente que el neoprimitivismo ruso se mueve entre dos polos, y si bien coinciden algunas veces, otras se distancian. Mijaíl Laríonov con su Venus de Katsap logra capturar algunas de las dualidades artísticas e históricas más significativas de Rusia respecto a Occidente. Por esto, se vuelve un fiel representante del movimiento nacionalista que distinguió a Rusia dentro de las vanguardias modernas, pues lo primitivo ya no es “el otro”, sino un reflejo de ellos mismos.
Referencias y bibliografía
[1] Umberto Eco, Historia de la Belleza (Barcelona: Lumen, 2006), 5.
[2] Sarah Warren, “Spent Gypsies and Fallen Venuses: Mikhail Larionov’s Modernist Primitivism”, Oxford Art Journal, Vol. 26, No. 1 (2003), https://www.jstor.org/stable/3600445.
[3] La idea de ícono resulta especialmente importante dentro de la historia rusa, pues gran parte de su tradición y nacionalismo se ve influenciado por el arte religioso y los íconos bizantinos.
[4] Charles Cramer y Kim Grant, “Russian Neopritivism: Natalia Goncharova and Mikhail Larionov” Smart History, Septiembre 28, 2019. https://smarthistory.org/russian-neo-primitivism-goncharova-larionov/
[5] Sarah Warren, “Spent Gypsies and Fallen Venuses: Mikhail Larionov’s Modernist Primitivism”, Oxford Art Journal, Vol. 26, No. 1 (2003), https://www.jstor.org/stable/3600445.
[6] John E. Bowlt, “Neo-Primitivism and Russian Painting”, The Burlington Magazine, Vol. 116, No. 852 (1974), https://www.jstor.org/stable/877620?seq=1 .
Bowlt, John E. “Neo-Primitivism and Russian Painting”. The Burlington Magazine, Vol. 116, No. 852 (1974), https://www.jstor.org/stable/877620?seq=1 .
Cramer, Charles, y Kim Grant, “Russian Neopritivism: Natalia Goncharova and Mikhail Larionov”, en Smart History, Septiembre 28, 2019. https://smarthistory.org/russian-neo-primitivism-goncharova-larionov/
Eco, Umberto, y Pons Irazazábal María. Historia De La Belleza. 7a ed. Barcelona: Lumen, 2006.
Museo Thyssen-Bornemisza, “Vanguardias rusas”. Museo Thyssen-Bornemisza: Guía didáctica (2006) https://imagenes.educathyssen.org/sites/default/files/document/2017-02/guiadidactica_vanguardias_adultos_pp_edu.pdf
Warren, Sarah. “Spent Gypsies and Fallen Venuses: Mikhail Larionov’s Modernist Primitivism”. Oxford Art Journal, Vol. 26, No. 1 (2003) https://www.jstor.org/stable/3600445
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