El Kant cinematográfico: Solaris y lo bello
El Kant cinematográfico: Solaris y lo bello
Por Juan Francisco González R.
La Crítica del juicio de Kant nos abre la posibilidad de explorar la forma en que los lineamentos kantianos se ajustan a un experiencia estética particular. Así sería interesante analizar desde la teoría kantiana lo que podría considerarse una experiencia de lo bello: la primera escena de Solaris de Tarkovsky (1972). En principio, aún no tengo claro si es una secuencia, una escena o varias escenas, pero debido a mi ignorancia cinematográfica la llamaré “escena” (va del minuto 2:51 al 4:54). En términos generales, la escena es muy sencilla, pues solo muestra el movimiento de las algas en un rio, diferentes plantas cercanas y termina con la aparición de Kris Kevin, el protagonista, con una chaqueta azul en medio de la vegetación (hasta este punto la escena se me revela como hermosa, o bueno, bella). Así, se podría argumentar que, bajo los lineamientos kantianos, esta primera escena de Solaris es un ejemplo de lo bello y de arte bello. En ese caso, es interesante explorar como, desde la teoría estética kantiana, la escena de Solaris podría ajustarse tanto dentro de las nociones de Kant frente a lo que puede enjuiciarse como algo “bello” y lo que podría considerarse como “arte bello”. A raíz de esto, para poder explorar la relación de esta escena con la filosofía kantiana se analizará: primero, la manera en que podríamos considerar bella esta escena; segundo, de qué forma se podría entender esta escena como una obra de arte bello desde el trasfondo filosófico kantiano.
Ahora bien, antes de reflexionar sobre si el objeto es bello o no, está la pregunta frente a la naturaleza del objeto mismo que se está enjuiciando como bello. Básicamente, al momento de elegir esta experiencia estética, nacen algunas cuestiones frente a este “objeto bello”, pues, al ser una película, surge la pregunta de cómo podría darse el juicio estético para Kant en este tipo de obras. Particularmente, está la pregunta de si lo que está generando satisfacción son los objetos que se presentan en la película o la escena misma. Es decir, lo que se encuentra bello es el lago, las algas y plantas que muestran en la escena, o si realmente es toda la composición de la escena en donde no solo son los objetos los protagonistas, sino también los movimientos de la cámara, los enfoques y los otros elementos que componen una escena como un todo. Así, intentando dar sentido a lo que parece generar placer, considero que, en el caso de esta experiencia estética, pareciera que la escena como un todo es el objeto que se puede encontrar como bello.
A. La escena como algo bello
En principio sería interesante preguntarse cómo se podría considerar esta escena como bella desde lo expuesto en la “Analítica de lo Bello” de Kant, particularmente, desde las nociones del “desinterés” y de “universalidad”.
El desinterés y lo bello
Primero, en el primer momento de la “Analítica de lo bello”, Kant explica que la experiencia de lo bello es una experiencia subjetiva que parte de un sentimiento de satisfacción que es desinteresado. Básicamente, para Kant cuando enjuiciamos algo bello, no estamos haciendo un juicio que se fundamente en la existencia o no del objeto, sino en lo que este objeto produce en nosotros, por eso explica:
“Ahora bien, cuando se pregunta si algo es bello no se desea saber si a nosotros o a cualquier otro nos va o nos podría ir algo en la existencia de la cosa, sino que se pregunta cómo la enjuiciamos en la mera contemplación (intuición o reflexión).” [B 6]
Este es un punto fundamental para enjuiciar lo bello, pues, es a raíz de esto que se diferencia del juicio de lo agradable, pues, con este último la satisfacción sí recae en la existencia misma del objeto y, por tanto, es una satisfacción interesada (como cuando nos comemos una buena changua, pues no es que nos parezca bella y la enjuiciamos en la mera consideración, sino que la deseamos, la queremos probar, deleitar a nuestros sentidos con sus sabores extraños). Es por esto que la satisfacción en el juicio del gusto solo puede ser desinteresada, pues, cuando veo una obra de arte o un objeto bello en la naturaleza no quiero deleitarme con él, no es simplemente agradable y es por esto que, como explica Kant, con lo bello “sólo se desea saber si la mera representación del objeto en mí está acompañada de satisfacción” [B 6]. Es decir, se está partiendo desde la subjetividad de la persona que lo está enjuiciando y no de la simple existencia del objeto.
En ese caso, desde mi juicio, y siguiendo el ejercicio subjetivo que plantea Kant, es claro que esta escena de Solaris la considero bella desde mi subjetividad y sí me genera un sentimiento de placer, por lo cual, la pregunta estaría en si esta satisfacción es desinteresada o no. En principio diría que sí es un sentimiento de placer desinteresado, pues mi interés por esta representación no está fundamentado en su existencia sino en lo que esta genera en mí. Este desinterés podría interpretarlo de diferentes maneras, pues, primero, la satisfacción que genera esta escena no tiene ninguna relación con el resto de la película, ni las temáticas de esta, en especial porque no me la he terminado de ver y porque la verdad no la he entendido. Por lo cual, el contexto de la escena no es un factor para que la encuentre bella (quizá la única posibilidad de que esto fuera así es considerando que me parece bella la escena por el hecho de que es de Tarkovsky, pero, hasta donde llega mi reflexión, este no es el caso). Segundo, también podría decir que mi satisfacción tampoco está relacionada con un interés por los elementos técnicos de la obra, como el tipo de movimiento de la cámara, los métodos de grabación, entre otros, en especial porque soy ignorante al respecto, por lo cual, no sería consciente de ninguno de estos aspectos. Así que, en términos generales, considero que mi placer por esta escena está fundamentado en la satisfacción que la representación genera en mí y, por lo tanto, mi inclinación no radica en la existencia del objeto que estoy enjuiciando.
Ahora bien, a pesar de que hasta cierto punto podría decir que mi placer por esta escena es desinteresado, con los planteamientos de Kant en relación con lo agradable, me pregunto si mi juicio sobre esta escena también tiene alguna resonancia con el deleite (que se relaciona con el juicio de lo agradable). Para Kant el único de los tres tipos de satisfacción que es desinteresado es el del gusto, pues “ningún interés, ni de los sentidos ni el de la razón, fuerza la aprobación” [B 16]. Pero, entonces, me surge la pregunta de qué tanto mi placer por esta escena de Solaris está mediado por los sentidos y, en esa medida, por un juicio de lo agradable, ¿quizá lo encuentro placentero por los colores? ¿por los sonidos? ¿puede relacionarse el deleite con la combinación particular de los colores y los sonidos? ¿sería un juicio de la misma naturaleza que utilizo cuando me refiero a la irresistible changua? En principio, diría que estos elementos, y lo que despiertan en mis sentidos, sí parecen ser un factor para que considere esta escena satisfactoria. Pero igualmente esta satisfacción, que de cierta forma podría enjuiciarse desde lo agradable, no la encuentro análoga con claros ejemplos de lo agradable, como cuando me como un chocolate o uso una silla de masajes. Es decir, los colores de la escena y los sonidos no los relaciono específicamente con un deleite, sino como algo que contribuye a la belleza general de la escena. Así se podría decir que parece existir un tipo de “primacía” de lo subjetivo, y que estos elementos como los colores de las plantas y su contraste con el azul de la chaqueta de Kris o los sonidos del rio y del bosque, sí pueden ser un factor que me incline a considerar la escena placentera, pero de igual forma están enmarcados dentro de un contexto más amplio que sería la escena misma que es la que considero bella. Es decir, no encuentro placentera la escena en función de lo colores o por el sonido (o al menos no se reduce a esto, es más, podría ser algo marginal), sino que siento que hay algo más que, precisamente, no recae en la escena sino en lo que esta me está generando. Entonces, pareciera que, desde Kant, es como un punto medio que, si bien el objeto puede ser hasta cierto grado agradable y me interese su existencia, en últimas, se acerca más a un enjuiciamiento de algo bello, pues la experiencia estética está fundamentada, en últimas, en lo que la escena genera en mí.
Lo universal y lo bello
Segundo, otro elemento importante para Kant en el juicio del gusto es la “pretensión de universalidad”. En el segundo momento, Kant llega a la conclusión de que “bello es aquello que sin concepto gusta universalmente” [B 32]. Básicamente, con esto Kant explica que cuando enjuiciamos a un objeto como bello existe la pretensión de que será bello para otros. Un aspecto fundamental relacionado con esta pretensión de universalidad es que no se hace por medio de conceptos o ideas, sino que se fundamenta en la noción de que todos tenemos las mismas facultades y, por lo tanto, deberíamos sentir lo mismo con lo bello. Así, en relación con Solaris, surgen dos preguntas: primero, ¿puedo comunicar por medio de conceptos por qué es bella la escena?; y, segundo, ¿hay pretensión de universalidad?
De esa manera, en primer lugar, es claro que no es posible argumentar a otra persona por qué encuentro bella la escena, pues ni yo tengo claridad de por qué me gusta, ya que no puedo ponerla en conceptos. Es decir, no hay forma de explicar con ideas cómo encuentro la presentación de estas algas, la vegetación y la aparición de Kris como algo bello, pues intentar atribuirle algún concepto o dar alguna razón por la cual es bella siempre dejará por fuera lo que me genera esa experiencia estética. Entonces, no puedo simplemente comunicarle a alguien con conceptos que la escena es bella, que el movimiento de las algas representa el pasar del tiempo o algo por el estilo, pues tampoco lo veo únicamente así. Ahora, quizá la única forma en que podría dar alguna razón del porqué me atrae la escena es por una apreciación subjetiva: me parece hipnotizante. Y si bien esa idea no logra expresar el placer que me genera, sí logra capturar de cierta medida el elemento que despierta mi sentimiento de placer. Es decir, no estoy comunicando las razones y los argumentos de por qué es bello, pero, alejándose un poco de Kant, sí puedo compartir algunos fundamentos subjetivos frente a porqué ese objeto me despierta alguna satisfacción.
Así, en segundo lugar, está la pregunta sobre la pretensión de universalidad. Para Kant cuando se enjuicia algo como bello se “exige de todos precisamente la misma satisfacción: no se juzga meramente para sí, sino para todos” [B 20], aunque esto no implica que el juicio del gusto deje de ser subjetivo, sino que se relaciona más con la idea de que se “habla de la belleza como si fuera una propiedad de las cosas” [B 20]. Este criterio o condición que plantea Kant es, quizá, difícil de argumentar, pues al ser el juicio del gusto un juicio subjetivo, para mí no es claro cómo puedo esperar que a los otros les parezca bello lo mismo que a mí. Quizá la forma en que lo veía Kant, y como yo lo veo, es que para mí sería extraño que si le muestro esta escena a otra persona no le parece bella. Así, me sorprendería que no tuviera la misma consideración que yo sobre la escena, pero, en mi caso, no diría que esa persona no tiene buen gusto, sino que simplemente es diferente. Por lo cual, en este punto me estaría alejando un poco a los planteamientos kantianos, y quizá podría decirse que no sería estrictamente un juicio del gusto.
Entonces, en últimas, si bien mi enjuiciamiento de lo bello no se sigue del todo por los planteamientos de Kant, sí hay una gran resonancia. Por lo tanto, se podría decir que la escena es bella en cuanto que genera un sentimiento de satisfacción desinteresada y porque no está atravesada por ideas o conceptos que permitan justificar lógicamente su belleza (aunque esto no necesariamente implique una validez universal). Pero de igual forma quedan preguntas frente a las posibilidades que se darían con esta escena y otras formas que se podría justificar que es bella. Es decir, ¿qué sucedería si el placer que me genera esta escena no fuera la escena misma sino su contexto? ¿o su relación conceptual con el resto de la película? ¿o, incluso, por el interés que despierta en mis sentidos la intensidad de los colores o de los sonidos?
B. La escena como arte bello
Teniendo en cuenta lo anterior, es interesante preguntarse de qué manera podríamos entender esta escena de Solaris no solo como un objeto bello o que podemos enjuiciar como bello, sino también como una obra de arte bello (en especial es una reflexión interesante considerando que se trata de un ejemplo cinematográfico, es decir, un tipo de arte al que no estuvo expuesto Kant). Así, a pesar de la complejidad de la teoría kantiana respecto al arte y el genio, me interesa particularmente explorar la relación de esta escena con las nociones de “arte bello” y la “idea estética”.
La cosa bella y la naturaleza
En primer lugar, podríamos partir del supuesto que, desde la teoría kantiana, esta escena de Solaris es parte del campo del arte, pues, no podría ser naturaleza ni tampoco ciencia. Por lo cual, la pregunta de fondo sería si podríamos considerarla arte bella y, en ese caso, es importante tener en consideración algunos de los elementos fundamentales de este tipo de arte que Kant presenta en la Crítica.
Para Kant, como lo explica en el parágrafo §45, una de las características esenciales del arte bello es que parece naturaleza, así explica: “el arte sólo puede llamarse bello cuando somos conscientes de que es arte y, sin embargo, parece naturaleza” [B 179]. Esto pareciera significar que, según Kant, el arte es bello en la medida en que cuando nos encontramos con la obra de arte y sabemos que hay una intencionalidad detrás por parte del artista con lo que respecta a la representación que hay en la obra, de igual manera, se nos presenta de tal manera que pareciera ser parte de la naturaleza. Ahora, lo que debemos preguntarnos en este punto es ¿qué podría significar que “parezca naturaleza”?
En principio, una lectura “estricta” de estos parágrafos podría referirse a que la obra de arte, como va a decir Kant en el parágrafo §48, es una “representación de una cosa bella” y, como las “cosas bellas” solo se dan en la naturaleza, entonces, el arte bella sería una fiel representación de una cosa bella, es decir, de la naturaleza. Con esto podríamos decir que estamos siendo consistentes con el contexto en el que Kant escribe esta Crítica, pues es claro que el tipo de arte a la que él estuvo expuesto (siglo XVIII y, además, del arte que llegaba a Königsberg), era un arte que, en términos generales, fundamentaba su representación en la naturaleza misma, como paisajes, animales o plantas (seguro deben haber excepciones, pero debido a mis conocimientos limitados frente a la historia del arte no tendría tal referencia, pero lo que es claro es que este tipo de arte parece ser de una naturaleza distinta a los diferentes tipos de arte que se dieron a finales delo siglo XIX y el resto del siglo XX, que quizás se alejan mucho más de esta idea de “representación de la naturaleza”).
Ahora bien, también se podría hacer una lectura más “amplia” de lo que se refería Kant con esto, pues podríamos decir que “una obra de arte bello parece naturaleza”, puede referirse a que se nos presenta de una forma natural, no es algo que irrumpe, sino que está constituido de tal forma, tal libertad y tal espontaneidad que es como cualquier otra cosa que nos encontramos en la naturaleza. Esto parece tener sentido dentro de la teoría filosófica kantiana, pues él mismo explica sobre el arte bello que “la finalidad en su forma debe parecer tan libre frente a toda coerción de reglas arbitrarias como si se tratara de un producto de la mera naturaleza” [B 179]. De esa manera, la postura de Kant frente al arte bello no estaría limitado a una mera representación de la naturaleza o “cosa bella”, sino que haría referencia a algo mucho más complejo, a algo que haría parte de la manera en que la obra se nos presenta y no simplemente lo que está intentando representar. Así, ahora sería relevante preguntarnos cómo podemos entender esto en la escena de Solaris.
Algo curioso en la escena de Solaris es que, precisamente, es una escena de la naturaleza. Pero lo interesante acá es que no es solo porque sea la escena de Solaris, sino que podríamos decir que es parte del cine como expresión artística. Es decir, si bien no todo el cine se fundamenta en imágenes de “algo real” (por ejemplo, la animación o el CGI), en el caso de una película del estilo de Solaris lo que estamos viendo no pareciera ser una mera representación de la naturaleza (como lo es una pintura, una escultura o un poema), sino que son imágenes que corresponden directamente a la naturaleza, pues podríamos decir que lo que vemos es, en su mayoría, lo que realmente es. Esto nos lleva a cuestionar uno de los supuestos de los que partimos, pues la línea que divide arte y naturaleza (que es uno de los criterios de los que parte Kant en el parágrafo §43) es menos clara en este ejemplo de lo que pensábamos originalmente.
Partiendo de lo anterior, no es muy claro si las algas, el agua, las plantas que vemos en la película podrían ser consideradas como representación de la naturaleza, o si más bien podemos entenderlas como parte de la naturaleza misma. Este punto nos lleva a una de las discusiones que se dieron al inicio del texto, en donde surgía la pregunta de si lo que se estaba enjuiciando eran los objetos de la escena (como las algas y el lago) o la escena como objeto estético. Así, si estuviéramos enjuiciando solo a los objetos que salen en la escena (y no la escena misma) solo tendríamos que preguntarnos si podríamos considerarlos cosas bellas o representaciones de las cosas bellas. En otras palabras, la cuestión sería si podríamos partir de estos objetos como la naturaleza misma, o como representaciones de cosas bellas, es decir, como obra de arte. Esto último tendría sentido pues quizá la mediación de las imágenes cinematográficas significaría que no podría ser una cosa bella sino una representación, pero esto nos lleva a más preguntas, pues, por ejemplo, ¿para Kant podría ser una cosa bella la flor que veo en una fotografía o en un video, o solo sería una representación de la cosa bella y, por lo tanto, arte? En ese caso, ¿para que sea bello naturalmente tengo que tener un “contacto directo” con el objeto? ¿y en que consistiría ese “contacto directo”? Si bien estos cuestionamientos son interesantes, pues con esto podríamos cuestionarnos si algo como la fotografía sería arte para Kant, vamos a partir de la forma que hemos hecho hasta ahora, que se está enjuiciando a la escena como objeto estético y no a los objetos que aparecen en ella.
Entonces, si estamos enjuiciando a la escena como un todo tendríamos que preguntarnos si podemos decir que se nos presenta como si fuera naturaleza. Si partimos de la lectura más “estricta”, llegamos al problema que estábamos tratando anteriormente, pues tenemos la dificultad de saber si lo que nos muestra la escena es una representación o la naturaleza misma. Ahora, si bien esta discusión es valiosa, considero más interesante partir primero de la lectura más “amplia” frente a el arte bello como naturaleza y, de esa manera, la cuestión sería analizar si esta escena de Solaris se nos presenta de forma natural, espontánea y libre de “toda coerción de reglas arbitrarias”. Es claro que esta posibilidad parece descansar en cierto aspecto subjetivo, que igual es propio del juicio del gusto en la Crítica, pero desde un aspecto de “composición” de la escena como un todo, podría decirse que sí se cumple con esta idea de mostrarse naturalmente. La escena no es disruptiva, y si bien presenta diferentes imágenes, todas parecen coincidir con un ritmo y una espontaneidad que hace la conexión entre ellas no solo adecuada sino necesaria. Precisamente, pareciera que la belleza de la escena recae en gran medida en la forma fluida y espontánea en que se muestran las imágenes, los sonidos y los colores, no parece haber aspectos que interrumpan y que evidencien algún tipo de “regla arbitraria”. Así, a pesar de que es algo difícil de poner en palabras, pareciera que cada una de las imágenes se presentan como se deberían presentar y en el momento en el que se deberían presentar, incluso la irrupción de Kevin con su traje azul que contrasta con el verde de la naturaleza no es una irrupción que parezca ser fuera de lugar, sino que justamente es una irrupción propia de la naturaleza de la escena. Entonces, podríamos decir que la forma en que se presenta la escena, su composición fluida y espontánea donde todo parece estar donde debe estar, es justamente lo que la hace que parezca natural y, por tanto, una obra de arte.
Incluso, considerando lo anterior, podríamos decir que con esta lectura más amplia podemos volver a las cuestiones de la lectura más estricta, debido a pareciera que, si consideramos toda la escena como un objeto bello, podríamos argumentar que si bien la película parte de la naturaleza misma, el hecho de que provenga de un producto cinematográfico (pues estamos enjuiciado a la escena y no a los objetos que están en ella), nos estaría indicando que es una representación, pues en la escena, a pesar de tener elementos de la naturaleza, igualmente se está manipulando o, mejor, jugando con los elementos de esa naturaleza. Básicamente, la coloración de las imágenes, los volúmenes y tipos de sonidos, los enfoques de la cámara y los cortes entre imágenes, si bien parten de la naturaleza misma, son una decisión propia del director (pues los colores, los sonidos y las dimensiones podrían ser diferentes “en realidad”) y, por lo tanto, significa que son una forma en la que el director buscaba representar esa naturaleza. Esto significa que el supuesto original de que es una obra de arte y no naturaleza sí tendría sentido y, además, tanto en la lectura “estricta” como en la “amplia”, podríamos argumentar que esta escena es una obra de arte bello. Si consideramos esta reflexión, el cine como expresión artística, o al menos el trabajo de Tarkovsky, abre una posibilidad interesante dentro del contexto kantiano, pues si bien partimos de la idea de esta escena como una representación de la naturaleza, igual, a diferencia de otro tipo de arte, tanto el cine como la fotografía, tienen una relación que parece ser más estrecha entre la obra y su representación de la naturaleza y la naturaleza misma, entonces nos queda la duda: ¿cómo habría pensado Kant este tipo de arte?, ¿sería de la misma naturaleza que la pintura o la escultura? ¿o de qué manera podría ser enmarcado en el contexto de la Crítica?
La idea estética en Solaris
En segundo lugar, está la pregunta por la idea estética y la relación entre imaginación y entendimiento. En el parágrafo §49, Kant expone “las capacidades del ánimo que constituyen al genio”, entre las cuales se encuentra expresar ideas estéticas por medio del arte. Si bien la figura del genio es fundamental en esta parte de la Crítica, lo que me interesa explorar a raíz de esta parte de la teoría kantiana es la idea estética y como tendría cabida en la escena de Solaris. Ahora, volviendo al parágrafo §49, se comienza con la idea de que hay algunos objetos de los que se esperaría que consideráramos como una obra de arte bella pero que les hace falta algo. Para Kant esa falta de algo es una falta de “espíritu”, el cual entiende como un “principio vivificante del alma” que, en últimas, “no es sino la facultad de exhibir ideas estéticas” [B 192]. Ahora bien, con esto Kant explica que estas ideas estéticas, que hacen posible que las obras tengan espíritu y sean bellas, se puede entender como:
“Aquella representación de la imaginación que ofrece ocasión para pensar mucho, sin que, sin embargo, pueda serle adecuada ningún pensamiento determinado, esto es, un concepto, que, en consecuencia, ni alcanza ni puede hacer plenamente comprensible ningún lenguaje” [B 193].
Asimismo, más adelante en el parágrafo va a agregar que:
“la idea estética es una representación de la imaginación agregada a un concepto dado, que está ligada con una tal multiplicidad de las representaciones parciales en el uso libre de la misma, que no cabe encontrar para ella ninguna expresión que designe un concepto determinado; es, pues, una representación que permite añadir mentalmente a un concepto muchas cosas inefables, cuyo sentimiento vivifica las capacidades cognoscitivas” [B 197].
Con esto, Kant pareciera explicar que las ideas estéticas (similar a lo que sucede con las ideas de la razón), primero, tienden a algo que está más allá de los límites de la experiencia, solo que en este proceso tiene primacía la imaginación y no la razón, y segundo, en estas ideas ningún concepto puede serles completamente adecuado y es en este punto donde se da ese libre juego entre la imaginación y el entendimiento. Esto es fundamental en la obra del genio, pues, para Kant, las ideas estéticas se relacionan con representaciones de la imaginación que el genio produce con el fin de intentar “atrapar” algo que sobrepasa los límites de la experiencia y estimula o vivifica nuestras capacidades cognoscitivas. Es decir, para Kant pareciera que el hecho de que el genio sea capaz de que en su obra se dé una idea estética se fundamenta en que, a pesar de partir de alguna intención o concepto para hacer la obra (pues no es simplemente producto del azar), la obra de arte obliga a que nuestra imaginación, en su libertad, le proporcione una “abundante materia no desarrollada” al entendimiento, él cual no es capaz de procesarlo completamente para llegar al conocimiento, sino que se queda ahí, dando vueltas. Este punto parece ser fundamental en la noción de idea estética de Kant y su relación con el espíritu, pues es en nuestra incapacidad de llegar a un concepto, de darle una “conclusión” a esta experiencia, que es posible que nuestras capacidades cognoscitivas se vivifiquen y se estimulen. Quizá en esto reside el carácter reflexivo y contemplativo que para Kant se da en el juicio del gusto, es por esto que una obra bella nos hipnotiza, nos hace quedarnos en ella, el tiempo se detiene y nuestra mente queda envuelta en esa experiencia. Es por esto que parece haber una suspensión de todo cuando nos encontramos con algo bello, en ese momento no podemos escapar de la experiencia estética, y es en este punto en que se da un libre juego de nuestras facultades, donde la imaginación no está subsumida al entendimiento, sino que queda liberada y nos obliga a dar vueltas, a quedarnos en la reflexión y contemplación de lo bello sin nunca dar un sentido determinado, un concepto que nos deje satisfechos y nos permita seguir tranquilamente nuestras vidas. Y es esto mismo lo que nos permite volver a eso objeto bello cuantas veces lo deseamos y nunca quedar saciados de esa satisfacción, desinteresada, que nos produce.
Entonces, ¿es esto lo que sucede con la escena de Solaris? Desde mi subjetividad diría que sí, pero con esto volvemos a la dificultad respecto a la pretensión de universalidad. Es claro que para mí la escena tiene ese carácter hipnotizante, como cuando se caracterizó como bella anteriormente, y si bien no me parece bella en función del contexto general de la película ni porque es de Tarkovsky, de igual forma, siempre está la pregunta de qué hay detrás de la escena, porqué nos muestra eso y de esa manera. Así, considero que es en este punto en que me envuelve de forma más dramática las imágenes y los sonidos de la escena. En ese caso, desde mi propia experiencia estética, entendería que a lo que Kant se estaba refiriendo con este libre juego de las facultades cognoscitivas y la idea estética es que una obra de arte claramente parte de un fin, el artista la hace pensado en algo y, por lo menos en mi caso, la simple idea de que exista ese “fin originario” es el que termina despertando parte de mi apreciación y conduce a vivificar mis facultades. Es decir, es claro que la satisfacción que me genera la escena no parte de un carácter conceptual, sino que considero que es precisamente una satisfacción estética. Pero, con esta noción de idea estética y el libre juego de las facultades queda la pregunta si ese fin originario de la obra que proviene del genio es un factor en nuestra apreciación de la obra, pues nos quedamos intentando controlar todas estas sensaciones, todo este material que la imaginación da al entendimiento y le intentamos dar un sentido conceptual a la obra – a lo que Kant se refiere como adjudicarle un concepto – pero no podemos e igual seguimos intentado y ahí es cuando se vivifica nuestras capacidades. Básicamente, en nuestro esfuerzo de intentar descifrar el “significado” detrás de la obra (el cual realmente no tiene en el sentido conceptual, pues el arte se rige por otro tipo de reglas que ni siquiera el mismo genio conoce sino solo aplica, según Kant), es lo que nos conduce a ese libre juego y, por tanto, a la vivificación. Este es un punto interesante en Kant, pues podríamos interpretar que sí hay cierto factor cognoscitivo o intento de conceptualización en la experiencia estética, o al menos relacionado con la obra de arte, el problema es que ese intento se queda ahí, sin conclusión (igualmente queda la pregunta de si el mismo Kant estaría de acuerdo con esta interpretación). De igual forma, Kant es claro en explicar que el genio sí parte de una intencionalidad, lo cual nos lleva al siguiente punto.
El libre juego de las facultades
Teniendo en cuenta la discusión anterior, partiendo de Kant, eso significa que Tarkovsky puso esa escena con alguna finalidad, con algún concepto o conceptos en mente, y, por tanto, incluso algo que es aparentemente banal, como las imágenes de unas algas y de un lago, fue pensado por el director. En otras palabras, pareciera que Tarkovsky, como representación de genio, encontró o descubrió una idea estética capaz de expresar un concepto o algo determinado, pero lo representó de tal manera que abrió las posibilidades para que se diera el libre juego de nuestras capacidades cognoscitivas, que nos permitiera estimular nuestro pensamiento. La capacidad de hacer esto, diría Kant, solo pertenece a un genio.
Pero ¿cómo se da esto en Solaris? Ahí está nuestra dificultad máxima, como se ha dado en todo el texto: la de poner en palabras la experiencia estética. No obstante, considero que una forma de darle sentido es por lo que la escena nos lleva a pensar. Podríamos decir que está escena nos lleva a que el entendimiento intente procesar lo que la imaginación le está dando y le intenta dar un sentido, por eso es que en la escena las algas, el lago y las plantas parecen despertar múltiples consideraciones. Ahí, en la escena, veo el pasar el tiempo, ahí veo la representación misma de la galaxia, la interrupción y conquista del hombre en la naturaleza representado en Kevin, el flujo de la vida, la tranquilidad primitiva que provee la naturaleza al humano, o simplemente son unas algas en un rio. Puedo concebir todo esto y a la vez ninguna me complace del todo: pueden ser todas, puede ser ninguna, incluso pueden ser más las formas de verlo o intentar entender, pero el punto final es que ninguna recoge el todo de la experiencia que esta idea estética produce sobre mí. Incluso, en este punto es claro porqué es una dificultad poner en palabras una experiencia estética y es que nunca podemos atribuirle un concepto. Nuestra imaginación liberada se ha enloquecido y ha explotado al entendimiento con materia que no puede manejar y, por eso, nos quedamos ahí…una y otra vez, perdidos en el objeto, sin poder comunicar lo que nos sucede, lo que vivimos, en palabras. Esto significa que detrás de la Crítica del juicio, Kant parece estar intentado dar forma, o al menos acercarse, a un tipo de experiencia que no puede ser comunicable con exactitud por medio del lenguaje. Es decir, el trabajo de Kant se nos presenta, no solo como un intento de entender lo bello y el arte, sino de algo mucho más difícil, de comunicar una experiencia humana que es, en gran medida, incomunicable.
C. Reflexiones finales
Con todo esto, podríamos asegurar que desde la teoría kantiana esta “escena” de Solaris, no solo puede ser considerada bella sino también una obra perteneciente al arte bello. Ahora, con todo esto hay un punto final que llama la atención y es que si bien, en su mayoría, pudimos ajustar algunos de los criterios de Kant para poder valorar o determinar como bello y como arte a esta “escena” de Solaris, es claro que no se sigue estrictamente de la teoría filosófica. Quizá en esto reside el valor de esta obra, pues Kant, en principio, parece ser muy estricto en lo criterios y argumentos que presenta en la Crítica del juicio, pero, en últimas, la cuestión no parece ser que nuestra experiencia de lo bello o nuestra experiencia estética este sujeta estrictamente a lo que explica Kant. Es decir, el punto no es seguir al pie de la letra cada una de las cosas que dice y hacer una lista de criterio para poder llenarla y salir al mundo y decir: “esto es bello y esto no”, sino que Kant parece estar haciendo algo mucho más complejo e interesante, y es intentar poner en palabras, en teorizar una experiencia común a todos, pero que se nos dificulta explicar por medio de conceptos. Es claro que las nociones de lo bello o del arte pueden ser diferentes para un ser humano que vivió hace dos siglos, pero lo valioso es que detrás de todo parece existir cierto sentimiento, cierta experiencia que sin importar la época nos es común a todos. Es claro que hay dificultad en considerar ideas como una estricta “pretensión de universalidad” o de un “desinterés” total, pero eso no significa que hasta cierto punto esto si haga parte en cierto grado de nuestras consideraciones estética. Así, lo interesante de esta obra es que se convierte en un soporte que nos ayuda a dar sentido de algo tan común y en apariencia tan simple (pero realmente de una alta complejidad), como saber por qué algo – como la escena de Solaris – nos puede parecer bello.
D. Referencias:
Kant, I., Rodríguez Aramayo, R., & Mas, S. (2012). Crítica del discernimiento. Madrid: Alianza Editorial.
Tarkovsky, A. (1972). Solaris [Film]. Mosfilm. Солярис. Серия 1 (FullHD, фантастика, реж. Андрей Тарковский, 1972 г.)